domingo, 24 de abril de 2011

Relatos de la Resurrección

Con un lenguaje adaptado para los niños, pero siendo al mismo tiempo lo más fieles posibles a los textos evangélicos.


Marcos 16, 1-8

Tres mujeres, las dos que habían estado presentes en el entierro y Salomé, compraron todo lo necesario y se dirigieron, muy de madrugada, a ungir el cuerpo de Jesús con óleo y bálsamo, como era costumbre en los entierros. El sábado, día de riguroso descanso, había pasado ya y había comenzado el primer día de la semana.

Justamente salía el sol cuando llegaron al sepulcro. Sabían que había una piedra grande a la entrada e iban hablando sobre quién se la movería para poder entrar. En esto, miraron y vieron que la piedra estaba removida. Entraron en el sepulcro y vieron dentro, a la derecha, a un joven sentado, que llevaba largas vestiduras; ellas se asustaron.

Él les habló diciéndoles: "¡No os asustéis! Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado. No está aquí. Ved, aquí yacía. Id y decid a sus discípulos y a Pedro, que Él os precederá a Galilea, como dijo. Allí le veréis". Y las mujeres corrieron huyendo del sepulcro, sobrecogidas de temblor y espanto.

Jesús se apareció a los apóstoles cuando se encontraban reunidos junto a su Madre. Faltaba Tomás y cuando le contaron lo que había sucedido, no lo creyó. Por segunda vez se les apareció el Señor, en esta ocasión se encontraba Tomás con ellos. Para convencerse de la resurrección de Jesús metió sus dedos en las llagas.



Lucas 24, 13-35

El mismo día que las mujeres habían estado en el sepulcro vacío, iban dos de los discípulos a Emaús, una aldea que estaba a dos horas de camino de Jerusalén. Probablemente habían ido de allí a la fiesta, y ahora regresaban a casa, tristes y abatidos.

Hablaban de cómo Jesús había sido apresado, crucificado y puesto en el sepulcro. Y, mientras dialogaban sobre la decepción que habían sufrido acerca de Él, de repente se les acercó Jesús, caminando en su compañía. Venía como un peregrino de los que volvían de Jerusalén, pero ellos no sabían que era Jesús, no lo reconocieron.

Él les preguntó: "¿De qué habláis en el camino, que os entristece tanto?". Ellos se extrañaron mucho; y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: "¿Eres Tú el único forastero de Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días?". El preguntó: "Pues ¿qué ha sucedido?"

Respondieron: "Lo de Jesús de Nazaret. ¿No te has enterado? ¿No sabes que era un gran profeta, poderoso en palabras y obras delante de Dios y de los hombres, y que nuestro sanedrín y los príncipes de los sacerdotes lo han condenado a muerte y lo han crucificado? Nosotros habíamos pensado que Él era el Salvador enviado por Dios al pueblo de Israel. Y resulta que ha muerto. Hoy hace precisamente tres días que sucedió todo esto. Por lo demás, unas mujeres de las nuestras nos han asustado contándonos algunas cosas. Han estado hoy por la mañana en el sepulcro y dicen que no estaba el cadáver. Afirmaban, muy excitadas, que se les habían aparecido ángeles, diciéndoles que Él vive. Por ello algunos de nuestros hombres fueron rápidamente al sepulcro y encontraron todo como habían dicho las mujeres. Pero a Él no lo vieron."

Entonces les dijo Él: "Pero ¡qué lentos sois para comprender! ¿Tan difícil os resulta creer lo que los profetas dijeron hace tanto tiempo? ¿No debía padecer Cristo todas estas cosas antes de entrar en su gloria?". Y comenzó a explicarles lo que en la Escritura hay referente a Él, empezando por Moisés y pasando por los profetas.

Mientras hablaban, habían llegado a Emaús. Él fingió seguir adelante. Pero ellos le pidieron que entrase en casa, diciéndole: "¡Quédate con nosotros! Está oscureciendo y acaba ya el día. ¡Hospédate aquí!". Se quedó, y entró con ellos.

Lluego, estando sentados a la mesa para cenar, tomó Jesús pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio a ellos. Así solía hacerlo en otras ocasiones, y así lo había hecho antes de su prendimiento en Getsemaní. De repente se les abrieron los ojos y lo reconocieron. En aquel instante, desapareció Jesús de su presencia.

Fuera de sí de alegría, levantándose, exclamaron: "Ahora caemos en la cuenta de por qué latía fuerte nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino explicándonos la Sagrada Escritura". Y no pudiendo contenerse, a pesar de la oscuridad, fueron corriendo las dos horas de camino que había hasta Jerusalén, y no experimentaron cansancio alguno.
Encontraron a los once discípulos y a todo el grupo de fieles de Jesús reunidos en una casa. "¿Sabéis que verdaderamente ha resucitado el Señor?", les gritaron los del grupo. "¡Simón Pedro lo ha visto!" "¡También nosotros lo hemos visto!", exclamaron ambos en respuesta. Y contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido en casa, al partir el pan.

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